domingo, 21 de febrero de 2010

La curiosidad mató al gato

No es que mi trabajo sea ciencia atómica, tampoco el mundo se va a caer si me tardo mucho en servir un Latte, pero tengo que confesar que me gusta, lo hago bien y soy popular en el café. La gente se arremolina, hace fila y espera para que sea yo quien los atienda; poseo cierta habilidad especial para mover las perillas de la cafetera italiana y la espuma de mis capuchinos dura mas que la de cualquier otro preparado por los baristas que trabajan acá.
Todo esto no es casualidad. El hada de las cafeteras vino a mi un día y me regaló tales dones. Pero como en este mundo nada es gratis, el hada me pidió algo a cambio.
Primero pensé –“para qué querría yo la habilidad para preparar cafés perfectos, si los que preparo ahora no están nada mal?”- y acto seguido me pregunté porqué un hada, con facultades para hacer y obtener todo lo que se quiera, tenía que hacer un trato como este con una chica como yo. Y ahí caí.

La curiosidad mató al gato y me metió a mí en esto.
Nunca entendí su nombre verdadero, me lo dijo por lo menos 5 veces pero no pude ni repetirlo ni mucho menos almacenarlo en mi memoria, así que la primera noche después de que “se mudó” a mi departamento, elegimos un nombre terrenal para ella.
No habia pensado antes en lo difícil que es elegir un nombre. Resultó que nuestra primera tarea fue casi titánica: pensé que lo mejor sería tomar un libro de esos de “nombres para su bebé” y hojearlo un poco, pero el hada se enamoraba de un nombre diferente cada dos por tres. Angela! –dijo al consultar la página 2 y tomó un espejo de mano del velador junto a mi cama- es el nombre perfecto para mi –se miró al espejo de frente, de lado y del otro lado- tengo toda la cara de llamarme Angela! –dijo en tono tajante mientras ponía el espejo de vuelta en su lugar
Yo dí por sanjado el tema y agarré el control del televisor para mirar noticias cuando la ví hojear mas páginas del libro, tomar de nuevo el espejo y exclamar
–Barbara! Me parezco mas a una Barbara que a una Angela…o Catalina? Tengo cara de Catalina? Tú qué opinas?- Pensé un momento en qué contestar (buscando alguna respuesta razonable para una pregunta tan tonta) y abrí la boca pero antes de que pudiera pronunciar palabra, me interrumpió una oleada de nombres en progresión alfabética y con sus respectivas miradas al espejo –Daniela! Definitivamente soy una Daniela…No! Elizabeth! Fernanda! Francisca! Graciela…no, no, no, no tengo cara de broma- se apresuró a decir- Hilaria no, ese nombre es para feas y yo no lo soy –el monologo con el espejo continuaba, así que me recliné sobre los almohadones a esperar mientras pensaba en la suerte de que nuestros padres nos nombren al nacer, después ya no hay que preocuparse mas por el tema (excepto si te pusieron algo así como “ Hilaria” porque aparentemente es para feas). En el camino escuché pasar Marcela, Nidia, Ofelia, Pascuala (rechazado inmediatamente sin mirarse al espejo), Raquel, Sandra, Tatiana, Uma, Victoria, Wendy, Ximena, Yamina, Zulma y vuelta a empezar. Una y otra vez recorrió el libro en busca del nombre perfecto, hasta que bien entrada la noche y ya dormida, me desperté con sus gritos –Amanda!! Me llamo Amanda, no solo tengo cara de Amanda, también cuerpo, cabello y mentalidad de Amanda –mentalidad? Pensé yo, cual es la mentalidad de una Amanda?, la respuesta me llegó antes de formular la pregunta- estoy lista para ser “amada por todos”…qué te parece?

El resto de la mudanza fue menos engorroso y –tengo que admitirlo- mas divertido: Amanda decoró su habitación con un gracioso movimiento de manos y al instante aparecieron la cama, los veladores, un tocador, un baño completo, lámparas, cortinas (para vestir una ventana que dos segundos antes no existía) y accesorios necesarios; todo en el lugar apuntado por sus deditos y en una gama de rosados y lilas que francamente mareaba si uno trataba de mirar el conjunto. Me dio tentación pedirle que hiciera lo mismo con mi habitación y que me dejara elegir los colores, pero me arrepentí pensando que prefería cobrarle la renta y la mitad de los gastos y con eso redecorar de una forma mas terrenal.

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